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Mas vale maña que juerza

Viá continuar este lotecito'e cuentos criollos que aprendí cuando muchacho en las ruedas de fogón de las estancias, relatándoles un verídico caso que sucedió hace añares, ayá por los tiempos en que se cortaba el maiz a balazos y se ataban los perros con chorizos, asigún el decir de los antiguos.

Jué en uno de aquellos fondines medio cruzaos con botica y pulpería, ande se bautizaba dende el vino carlón hasta la miel de caña, y ande se le hacía pasar carancho asao por poyo a los güespedes como si tal cosa.

El hotelero, hombre mentao por lo haragán y lo chusco, vivía echao p'atrás dende la mañana hasta la noche en un siyón grandote, encharcandose de mate amargo la panza y pitando unos cigarros en chala qu'eran como tramojos de grandes.

Aquel domingo, mientras saboriaba la cuarta o quinta cebadura, dentraron al fondín dos ciegos payadores, d'esos que se ganan la vida con guitarra lerdona y platiyo voluntario, recorriendo cuanto lugar público encuentran en camino. Los cuartiaba un cuzco viejo, medio descaderao y con mas pulgas
que pelos, que pa pior era fiero como rodada en cuesta'bajo, no dispreciando a naides.

Los tales ciegos habían tenido un güen rebusque en cierta importante penca ricién corrida. Y después de mandarse a bodega medio queso entreverao con dulce'e membriyo, comenzaron a repartir la plata.

"Este peso pa mi y este pa vos . . . Estos cinco riales pa vos y estos pa mi" . . .

Al terminar el reparto les sobró una monedita de a rial, que los dos pretendían embolsicarse. Y por áhi vino la cosa. "Pa que no hayan dijustos nos comemos este rialito'e bizcochos", propuso el mas viejo. Pero el otro, que era porfiado como vasco, no le yevó el apunte. Y la alegación se jué haciendo cada vez mas acalorada, hasta que dentraron a menudiar los golpes.

Jué ricién entonces qu'el fondero resolvió intervenir. Pero como p'apartar a los peliadores tenía que levantarse del siyón y largar por un ratito el mate amargo, cosa que no le hacía ninguna gracia, se amaño pa salir del paso gritando dende ayí nomás, sin cambiar ni de postura:

- ¡Con cuchiyo no, ciego bárbaro!

Como ustedes podrán carcular, en cuantito sintieron aqueyas palabras los camorreros se largaron de lomo p'atrás, al mesmo tiempo, tratando cada uno de evitar así las puñaladas del otro.

Y el fondero, satisfecho de su treta, s'espatarró en el asiento y siguió saboriando tranquilo el cimarrón.

Serafin J. Garcia